Es curioso decir tu nombre de nuevo y percatarme de que hace años que no lo he dicho y cuando he tenido la oportunidad de decirlo he evitado al máximo nombrarte, refieréndote con apodos, lo que sea para no nombrarte. Porque sé, porque siento que nombrarte es hacerte venir, traerte de vuelta y qué sentido tendría si fui yo quien decidió marcharse.
Tuve que decir tu nombre unas 50 veces, unas 70, unas 100 y en cada una percibí la exaltación de mi corazón al nombrarte. Fue curioso percatarme que esa magia que pensaba que tendría pronunciarte no existía y en su lugar un hombre distinto se me descubría. Primero dije tu nombre con dificultad, como cuando uno aprende una nueva lengua y se topa con algo casi impronunciable y es posible sentir cada movimiento en la boca, en la lengua que se esfuerza, en la garganta que trata de respirar y pronunciar con soltura al mismo tiempo. Conforme fui repitiéndolo, sentí fluidez y pasé del esfuerzo a la lúdica sensación de que podría ser que al nombrarte “x” número de veces ese hombre se transformaría en ti y confirmaría la razón para no nombrarte por tanto tiempo. Sin embargo, en su lugar descubrí como lo mítico que atribuí a tu nombre se iba diversificando y ese nombre ya no eras sólo tú si no también otro agradable hombre. Me sentí relajada y sólo de repente decía tu nombre fuera de lugar para ver si en esa ocasión si se daba la supuesta transformación como si espera presenciar un acto de magia conocido. Nada de eso sucedió, más bien me fui divirtiendo pronunciándote, jugando con tu nombre, revolviendo los recuerdos viejos con los recién adquiridos. Hasta que volví a gozar nombrarte. Al despedirme, en ese abrazo cálido, algo dijo ese hombre en mi oído que no pude escuchar porque me sentía invadida por tu nombre así que con los ojos cerrados sólo atiné a apretar un poco más el abrazo para terminar en un suave beso lleno de estrellas fugaces.
Tuve que decir tu nombre unas 50 veces, unas 70, unas 100 y en cada una percibí la exaltación de mi corazón al nombrarte. Fue curioso percatarme que esa magia que pensaba que tendría pronunciarte no existía y en su lugar un hombre distinto se me descubría. Primero dije tu nombre con dificultad, como cuando uno aprende una nueva lengua y se topa con algo casi impronunciable y es posible sentir cada movimiento en la boca, en la lengua que se esfuerza, en la garganta que trata de respirar y pronunciar con soltura al mismo tiempo. Conforme fui repitiéndolo, sentí fluidez y pasé del esfuerzo a la lúdica sensación de que podría ser que al nombrarte “x” número de veces ese hombre se transformaría en ti y confirmaría la razón para no nombrarte por tanto tiempo. Sin embargo, en su lugar descubrí como lo mítico que atribuí a tu nombre se iba diversificando y ese nombre ya no eras sólo tú si no también otro agradable hombre. Me sentí relajada y sólo de repente decía tu nombre fuera de lugar para ver si en esa ocasión si se daba la supuesta transformación como si espera presenciar un acto de magia conocido. Nada de eso sucedió, más bien me fui divirtiendo pronunciándote, jugando con tu nombre, revolviendo los recuerdos viejos con los recién adquiridos. Hasta que volví a gozar nombrarte. Al despedirme, en ese abrazo cálido, algo dijo ese hombre en mi oído que no pude escuchar porque me sentía invadida por tu nombre así que con los ojos cerrados sólo atiné a apretar un poco más el abrazo para terminar en un suave beso lleno de estrellas fugaces.
6 comentarios:
Qué extraño: a veces hay que aprender a volver a sentir. Decir el nombre de alguien muchas veces y de muchas maneras, en distintos tonos... para volver a sentir... lo.
Me gusta la idea de mezclar los recuerdos viejos con los nuevos. Al final de eso está formada nuestra vida.
Un abrazo, querida Cuentista
Belíssimo texto, parabéns! Abraços!
Marichuy,
Me gusta eso a mi también, mezclar, crecer los recuerdos
A. REiffer
Muito obrigada
Nombre,que se habla con un gusto rico, dulce en la boca, esto es bueno...
Vampira, un comentarios significativo para una vampira je
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