domingo, 14 de junio de 2020

El animal que soy por dentro







Cuando saco la cabeza por la ventana del auto disfruto enormemente sentir como revolotean mis orejas con el viento. Sonrío con la sensación de hormigueo en mi cara y cuando me miro al espejo descubro con extrañeza la ausencia de mis largas orejas. Al comer una pieza de carne quisiera comérmela toda, desearía poder roerle hasta los huesos, pero veo que los demás no lo hacen e incluso dejan carnita pegada al hueso. Así que yo hago a un lado mi plato aunque me imagino un hilo de baba escurriéndome de la boca. Cuando llega alguien a quien quiero mucho, quisiera abalanzármele, llenarlo de besos, lamerle los cachetes y ponerle unas suaves mordidas en la cabeza. Pero los demás, saludan a quien llegue a medias, casi sin interrumpir lo que estuviesen haciendo. Estoy seguro de que soy un perro, no sé qué habré hecho en mi otra vida para que en está haya reencarnado en lo que ahora soy. Yo quiero hacer lo que me venga en gana aunque se me salga el animal que soy por dentro.

escrito por CBP y CJDV

martes, 2 de junio de 2020

Amor estragado





Lázaro, hombre de fuego y pasión, cada vez que escuchaba su nombre, sentía que algo en mí resucitaba. Nos conocimos en una fiesta, nos caímos bien y en pocos meses decidimos vivir juntos en su casa. Yo viajaba mucho y él hacía home office. Cuando coincidíamos en casa la pasábamos bien, en reuniones, comiendo fuera y paseando en general. Cuando llegó el confinamiento por el COVID-19 se pospusieron las constantes salidas de mi trabajo, así que por primera vez en meses pasamos más de una semana juntos de manera continua. Me pareció una buena idea la de al fin convivir de manera cotidiana. La primera discrepancia que tuvimos fue porque su trabajo consiste en probar juegos de video, entornos virtuales y animaciones. Por lo que recibe de tres a cuatro paquetes a la semana para evaluarlos y cuenta con pocas horas para devolver un diagnóstico. Puede sonar sofisticado, pero para mí era que pasaba día y noche jugando videojuegos. Lo resolvimos sacando del cuarto la mega pantalla e instalándola en la sala porque no tolero estar constantemente expuesta a la luz que emite. Después, fueron los horarios para dormir. Yo me duermo temprano y él puede llegar diario a la cama a las tres o cuatro de la mañana.  Lo resolvimos cada quién quedándose en un cuarto. Posteriormente, fue la alimentación, le encanta pedir a domicilio y aunque al principio me pareció rico y cómodo, llegó un punto en que ya no podía disfrutar la comida al ver la cantidad monumental de basura que generábamos. Así que le propuse que yo cocinaría si él ponía la mesa y lavaba los trastes. Me dijo que prefería que cada quién se encargara de su comida. Y así, las discrepancias se fueron acumulando y mi incomodidad in crescendo. Porque él parecía resolverlo todo fácilmente con soluciones de cero cooperación mutua como si fuéramos roomíes en lugar de una pareja. Se añadió el asunto de mantenernos aislados de los demás para evitar contagios, pero no coincidíamos en el mismo concepto de aislamiento. Así que la señora del aseo seguía viniendo porque él le dijo que si no venía suspendería los pagos. Le propuse que entre los dos podríamos mantener la casa limpia y me dijo que ni en sueños haría algo del aseo. Las reuniones quincenales para jugar con sus amigos en la casa no se suspendieron, al contrario, eran más frecuentes y más largas.  En fin, cada vez me costaba más trabajo recordar qué hacía con este hombre. Algo que en un inicio disfrutaba mucho eran los frecuentes encuentros sexuales, intensos y agitados, me parecían energizantes. Pero ahora que estoy todas las noches en casa, suceden a cualquier hora y bajo cualquier circunstancia. Así que sin problema, entra en la madrugada a mi cuarto e inicia una revolución, lo cual antes me parecía divertido pero ahora me siento como si mi habitación fuera el refri al que acude, por mal hábito, a cualquier hora para ver qué encuentra.  Para mí el sueño es sagrado, así que hoy cerré mi puerta con seguro antes de dormir. Lázaro trató de entrar en la madrugada y no podía creer que mi habitación estuviera cerrada. Me echó un rollo tras la puerta, que no entendí porque me puse tapones en los oídos. Pasó horas arañando mi puerta como si fuera un perro y chilloneando un discurso y sólo le faltó aullar. Cuando me levanté, me tiró un discurso inverosímil sobre la construcción de la pareja, la cooperación en el hogar, lo que teníamos juntos y lo que yo estaba destruyendo al cerrar mi puerta con seguro. Mientras él seguía parloteando, me preparé unos ricos huevos divorciados, acompañados de frijolitos con totopos y un nopalito asado, tomé mi exquisito café, me di un baño y entré a mi habitación. Él me siguió por toda la casa hablando sin parar. Cuando vio que empacaba mis cosas, sorprendido me dijo -¿Qué no has escuchado lo que he dicho toda la mañana?-. En la puerta de la casa volteé y le dije –He escuchado y visto todo lo que has hecho durante la cuarentena y no quiero estar contigo- me fui sin ningún remordimiento. Ahora estoy esperando a que llegue el fin de mes, acampando en el jardín de mi propia casa, porque tuve a bien rentarla mientras me iba a vivir mi increíble fantasía de amor.





¿De quién es la culpa?



Nadie tiene la culpa de nada. Las cosas,
simplemente, suceden. (Eduardo Milán, Errar, 1952)




Nadie tiene la culpa de nada, eso quería pensar cuando agarraste tus chivas y te  marchaste. Yo debí correrte, pero sentí que esto era demasiado para que saliera de mi boca sin desgarrarme. Tal vez ya lo había dicho unas semanas antes, cuando por primera vez me insultaste. Nadie, que me importara me había insultado antes. Así que la primera vez que lo hiciste, me sentí furiosa y me sentí valiente. También me sentí lo suficientemente madura para contenerme y no decir nada hasta llegar a la casa, porque venías manejando en la autopista y quería evitar un accidente. Pero llegando a la casa, con toda calma te advertí que era la última vez que me insultabas, porque la próxima te sacaba de mi vida para siempre.  Ilusamente pensé que mi advertencia serviría para que no lo volvieras hacer, porque sopesarías el riesgo de perderme. Nunca imaginé que para ti la idea sería más bien una oferta, como quien deja una puerta entre abierta para huir en el momento oportuno. Y fue sólo cuestión de tiempo para que volviera a suceder. Llegó el día y me volviste a insultar con tal vocabulario que ni un camionero furioso me hubiera dicho algo tan horrendo. Fue tal mi asombro, que en lugar de insultarte de vuelta sólo dije -¿Qué estás haciendo?-. Yo debí correrte, pero no pude, no había más palabras en mi boca y lo que pudiera sentir por ti se escurrió como agua por mis manos y bajó por las escaleras dejando mi cuerpo helado de sorpresa. Como no te corrí, el show no salió como planeabas y nada fue lo que esperabas, entonces tuviste que irte por tu cuenta y sacar tú mismo tus chivas que nadie aventó por la ventana. Nadie salió a detenerte, intentaste llevarte a nuestro gato que se te escurrió de entre los brazos y escapó trepándose al árbol que sembramos. Cuando te fuiste la señora del aseo regaba las plantas de jardín y le echó agua a las huellas que dejaste en la entrada. Es sólo ahora a la distancia, que puedo entender que desde que llegaste tenías el plan de marcharte en el momento que consideraras el más importante.