Por si no fuera suficiente con las cosas que ya tengo,
cuando fuimos a su casa, cual Sr. Tlacuache pepené hasta los trapos de cocina.
Y no sé cuál es el verdadero sentido de acumular cosas por si un día pudieran
llegar a servir. Sospecho que el vicio me viene de cuando hacía títeres. Para
esta actividad en verdad todo puede llegar a servir. Un hilo dorado puede ser
un cabello, una cuenta de una pulsera rota un ojo, un pedazo de tela un
vestido, etc. En fin, hace mucho años que no hago un sólo títere y descubrí que
tengo más de ocho años guardando unas telas con las que pensaba hacer algo que
ya no recuerdo ni qué era. Todo este preámbulo es para explicar que este año,
poner la ofrenda de muertos fue una tarea titánica. Tan sólo hacer espacio para
iniciar fue un gran logro, pero finalmente se pudo hacer. Ahora de verdad que
hice espacio, no sólo en el corazón, si no también espacio en la casa y en mi
tiempo para darle un lugar al altar de muertos. Vaya motivación esa de ofrendar
a los seres queridos que se nos adelantaron en el camino. Finalmente me
movilizó en todos los sentidos.
4 comentarios:
Una costumbre un poco perdida, pero que nos haría bien recuperar, sin fanatismos. Un abrazo.
Ay, querida
Hasta parecemos parientas. En mi pueblo, el Señor Tlacuache tenía otro nombre pero las mismas costumbres. Yo tengo tanta cháchara. El horror...
Un abrazo
Marichuy
¿Y cuál es ese nombre?
Darío, hay que mantener las costumbres populares, aunque sea significativamente.
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