Soy la primera bisnieta, la primera nieta y la primera hija de los hijos mayores de ambas familias, así que imagino que mi llegada al mundo debió ser un acontecimiento que tuvo atención extraordinaria. Pero desde el principio, igual que todos, tuve que enfrentar el reto de “Respirar a Tiempo”. Tardarse de más pudo haber significado llegar temprano a una cita a la que uno espera asistir en la ancianidad, satisfecho de haber gozado de muchos años y con alegría de haber acumulado miles de maravillosas aventuras. ¿Pero cómo saber cuándo será el momento de dejar el paraíso terrenal? La verdad, lo ignoramos pero andamos por el mundo como si siempre tuviéramos tiempo de más…………..
Seguro la muerte nos ha rodado más veces de las que imaginamos, yo al
menos ubico tres. La primera fue cuando tenía ocho años, escalando el muro exterior de la casa me sostuve sin querer de un poste y la descarga eléctrica me lanzó volando. Caí de espaldas sin ni siquiera meter las manos, quedé en el piso con la lengua de fuera. No conseguí moverme hasta que mi hermano, que venía corriendo desde el otro lado de la barda, me jaloneo –Levántate, antes de que nos regañen!!!- Por varios minutos no pude hablar sin morderme la lengua, lo cual nos causó mucha risa.
La segunda vez creo que fue a los 11 años, aunque a esa edad me pasaron tantas cosas importantes que suelo agrupar los recuerdos en torno a esa época. En esa ocasión me estaba ahogando en medio de una reunión familiar, no conseguía respirar y los demás se dieron cuenta cuando ya me estaba poniendo azul. Empecé a ver a todos lejanos hasta que de plano los dejé de escuchar, mi cuerpo se desguanzó y sentí como si se me fuera llenando el cuerpo de agua tibia. Supuse que había llegado el momento de partir -Dios mío, me estoy muriendo ¿Verdad?-. Me pareció un poco temprano para marcharme pero me sentí tranquila con lo que había logrado a mi corta edad. En la desesperación familiar mi Papá me metió la mano en la garganta y con eso logré respirar.
La tercera vez fue porque me picó una huachichila, mis compañeros me dijeron que no había nada de que preocuparse, pero en escasos segundos la garganta se me cerró y con la voz enronquecida a penas pude explicar que traía avapena en la mochila, con la que salvé mi vida.
Así que para purificar angustias supongo que la hora de partir siempre será cuando debe de ser, no antes ni después. Sólo me gustaría que cuando llegue el momento no tenga grandes pendientes y me sienta complacida con todo lo que pude realizar en el tiempo vivido.
Y cuando llegue ese día, sin duda quisiera que corra el mezcal y los tamales de hoja de plátano. Que se arme un bailongo monumental con marimba oaxaqueña y un grupito de son jarocho, para que al compás del arpa podamos gozar y zapatear hasta el amanecer. Festejar de alguna manera mi despedida triunfal del mundo terrenal. Si pues!!!!
2 comentarios:
Querida
Bella y alegre forma de imaginarte tu adiós definitivo... el cual espero, esté muy lejano, aunque bien dices que éste llegará, cuando deba hacerlo.
Abrazos.
Es cierto, a veces uno da la vida como algo sobresentado, y la pasamos como si nunca se fuera a acabar.
Si a mí ese día me llegara hoy, creo que me sentiría un tanto frustrada ya que tengo muchos planes bonitos para este año (y para varios más), pero creo que también me sentiría tranquila porque la disfruté bastante, me equivoqué mucho y aprendí un montón...
Pero como dices, la hora de partir llegará cuando tenga que llegar y mientras tanto hay que divertirse, ayudar y dejar huellas cuanto se pueda...
Cariños
Roxanne
Pd: Sí, ya me mudé... Todavía está todo medio despelotado pero ya va tomando forma...
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