Cuando estaba yo chamaco a mi numerosísima familia le
daba por preguntar ¿Qué vas a hacer cuando seas grande?, Yo me chiviaba todito
y me ponía colorado, nunca supe qué contestar, pero me metieron un mosquito en
la oreja:
¿Qué quiero ser cuándo sea grande?
Pasaron años y un día se me prendió el foco! Quería
ser yo Director vitalicio del Bosque de Chapultepec. Ahí está todo lo yo
quería: el zoológico, el jardín botánico, el castillo, el bosque, el lago y las
parejas de enamorados.
La vida me llevó por otro camino, estudié contaduría
porque dijeron que podría trabajar desde el principio. Daba el 50% de mi
salario a mi madre, con eso gané la libertad y las llaves de mi casa a mis 17
años, causando la envidia de mis hermanos mayores. Conseguí chamba de
mozo, dependiente, bodeguero etc., en la papelería La Ideal, que estaba cerca
de la escuela, entre 5 de mayo y 16 de septiembre. Mis hermanos mayores,
maestros universitarios muy sabrosos, se burlaban de mí, diciendo delante de
toda mi familia, que lo que yo sabía hacer muy bien lo hacía con las patas (era
yo muy fut-bolero).
75 años después, en el paraíso terrenal en ciernes, Tebanca, a un ladito
de la laguna de Catemaco, conocí a la que podía llegar a ser, con el tiempo y
un ganchito la Directora vitalicia del bosque de Chapultepec. Imaginé que
llegado el momento, tendría esta designación por aclamación del Congreso de la
Unión a petición de la Asociación Internacional de Jardines Botánicos de América.
La Directora tenía la presencia, sabiduría, audacia, tenacidad necesaria
para desempeñar el cargo, a demás estaba segura de vivir en su personal PARAÍSO
TERRENAL (con sucursal en Tebanca). Eran tales las dotes de
la imaginaria Directora, que a la toma del cargo pensaba arrancar un proyecto trabajando
con grupos peculiares de la sociedad. Para lo que consideraba fundamental la
creación de dos grandes espacios. Uno dedicado a la muchachada que no da golpe,
que no trabaja ni estudia ni hace mucho deporte. En este lugar los escuincles,
podían tener talleres de diversos oficios, buen piso donde bailar, gratos
espacios para escribir y actuar, en fin, una oportunidad para hacer lo que su
recien despertado anhelo les impulsara.
Un segundo espacio, era para los veteranos de
verdad, con su salón de café. Para su mejor atención tenían atractivos
enfermeros y dulces cuidadoras, para que les hicieran la plática y esucharan
sus historias sobre conquistas amorosas, mezcla del pasado con la imaginación
desbordada actual.
Ambos grupos tenían en común ser todos ecologistas
incomprendidos, por lo que coincidían en el trabajo de hortalizas y cosecha de flores
y así juntos inventaban a diario su propio Paraíso Terrenal. Haciendo realidad sus sueños, de carne y hueso y de un pedazo de pescuezo.