sábado, 18 de abril de 2020

¿Cómo seremos después de esta cuarentena?








Antes, porque lo de la cuarentena será un antes y después en nuestras vidas, saludaba a mis vecinos con un cordial buenos días. No entablaba mayor relación porque nunca tengo tiempo, pero un buenos días no se le niega a nadie. Pero ahora, durante la contingencia he redescubierto a mis vecinos o descubierto, para ser precisos. Uno de mis vecinos, aunque yo tenga miles de bolsas del súper por subir, jamás se ha ofrecido a ayudarme con una sola bolsa. Me molesta un poco, nada le costaría la atención. Una amiga dice que así son los europeos, que no te ayudan en nada, que según para respetar la equidad de género, pero este individuo no es europeo. Este vecino ha ido acumulando varios detallitos que me han ido incomodando progresivamente. Por ejemplo, nunca paga la cuota voluntaria del jardinero, no asiste a las juntas, no cierra la puerta de la entrada con llave y si se funde el foco de la escalera jamás en 40 años lo ha cambiado. Ahora que estoy en casa, descubro que no hace ruido en todo el día, pero en las noches hace un ruido muy extraño, algo como si masajeara las paredes con una lija de agua. El colmo, es que acabo de descubrir que cuando dejo la basura afuera de mi puerta desaparecen la mitad de las monedas que le dejo al señor de la basura. Lo supe, porque ahora que no puedo salir, saco la basura y subo a tender y cuando bajo ya sólo está la mitad de lo que dejé. Así que hoy saqué la basura y pegué las monedas con kola loka a una caja y me quedé a espiar por la mirilla de la puerta. El vecino sacó su basura, acto seguido trató de robar una de mis monedas, como sospecho que ha hecho habitualmente por años. Esto sí que es inaudito! ¿No sé cómo podré saludarlo cuando termine la cuarentena? Tal vez con una sonrisa triunfal.


*Imagen de la red

miércoles, 15 de abril de 2020

El placer de….



*imagen de la red

El año pasado decidí hacer por primera vez el triatlón de la Ciudad de México. No me había preparado como hubiera querido pero ya estaba harta de postergar este reto. En fin, nada más de caminar 45 min desde el estacionamiento hasta la zona de transición y esperar 30 min para poder dejar la bici ya me había cansado. Cuando entramos a la zona de natación empecé a sentir la alegría de volver a estos eventos. Pero cuando entré al agua helada dudé de lo certera de mi decisión. Recordé que en un programa de TV proponían que decir groserías te ayudaba a enfrentar un reto como este, así que grité Mierdaaaaaa! Y me mojé el cuerpo con las manos aventándome el agua helada encima. La competidora de a lado gritó, -Acuérdense que al entrar al agua se siente peor!- .Y sí, al aventarme sentí que se me entumía rápidamente el cerebro. Tuve que hacer un gran esfuerzo para continuar y pensé en mi hija triatleta que competiría unas horas más tarde, desee que ella pudiera aguantar el agua helada y eso me motivó a seguir con el plan. Hice conciencia de que la natación es mi mejor deporte y me concentré en agarrar ritmo con la respiración. Con gran esfuerzo concluí mi triatlón. Al llegar a la meta me recibieron con una medalla y una exquisita paleta de grosella que se derretía rápidamente entre mis manos. Unos pasos más adelante, en lugar de ofrecerme un plátano, como es costumbre en las competencias deportivas, estaba un hermoso hombre musculoso en reveladora ropa deportiva. Tomó la mano donde yo traía la paleta y al mismo tiempo puso una cerveza en mi otra mano. Me dijo en tono terriblemente sensual –Si me das de tu paleta te regalo una cerveza-. Acto seguido, sacó la lengua en dirección de mi deliciosa paleta con la certeza de que nadie podría negarse a semejante proposición. El tiempo se detuvo y la acción se hizo súper lenta. A pesar de mi cansancio logré decir -tu cerveza está tibia- y me fui disfrutando con placer la idea de saborearme la paleta. El muy ingrato hombre masculló algún insulto que no entendí porque iba aturdida por el shock térmico de la helada paleta entre mis labios.

lunes, 13 de abril de 2020

Virus, pandemia, contagio, sanitización …



*Imagen de la red

No quería escribir nada sobre esto, ni sobre las cosas incómodas que me han pasado en la vida. Porque me molesta, de sobre manera, reencontrarme con mis escritos y azotarme en el piso al releerme. Preguntándome ¿Qué rayos estaba pasando conmigo? Me gusta releerme y disfrutarme a mí misma. Deleitarme con mis propias letras y volver a repasar las sensaciones y ¿Por qué no? hasta volverme a enamorar de ese momento. Acepto, para que todo mundo lo sepa, que he roto un sinfín de cartas y poemas que he escrito en los desgraciados momentos de mi vida y también he desechado los más atascados escritos de placer porque siempre, siempre, siempre terminan por causarme enormes problemas. En fin, deshacerme de lo que me contamina es una especie de rito de sanitización. Aunque no me he considerado una obsesiva de la limpieza, todos los que me rodean piensan distinto. Sin embargo, con el fin de poder mantener una sana relación con mis seres queridos he ido atendiendo el asunto durante la última década. Después de múltiples terapias presumo, que a decir de los que me quieren, he logrado significativos cambios en mi vida durante el 2019. Finalmente puedo dar la mano al saludar sin sentir asco, dar un abrazo sin concentrarme en el polvito que brinca de las cabezas, entablar una plática sin poner atención en las diminutas gotas de saliva que brincan de la boca de mi interlocutor. Sin duda, mi más grande avance es el poder disfrutar de un húmedo beso y todo lo que conlleva, sin imaginar los millones de microbios que intercambiamos cada vez que hacemos el amor. No tengo que explicárselos, pero en el 2020 ninguno de esos logros me da más placer que el de atesorar entre mis manos una preciosísima botella con el más poderoso elixir de cloro diluido y la tranquilidad de saber que en mi bolsillo tengo un reconfortante gel desinfectante. Siempre supe que yo tenía la razón, todo lo que he hecho simplemente lo he hecho por amor.