-Nada de cuentos, de ahora en adelante-,
dijo con una certeza en la voz de esas que tratan de grabar las palabras en las
tablas de los 10 mandamientos con tan sólo pronunciarlas. En ese instante sentí
como miles de historias hacían un viaje fugaz de todas partes de mi cuerpo
hasta llegar a las puntas de mis dedos. Cosquilleando inquietas las historias,
primero, me generaron una sensación grata y divertida. Pero luego, con el
tiempo, la presencia de historias acumuladas bajo mi piel se volvieron un
monstruo que recorría por turnos mi cuerpo torturándome a su paso.
Entendí entonces, la sensación de los
grandes condenados a no escribir. Como en su desesperación de ausencia de papel
y tinta han escrito con su propia sangre los mensajes que les urgen salir.
Retumbaron sus palabras en el cuarto y
frente a mi vista miles de palabras se agolpaban en las escasas paredes
despejadas.
Me sucedió una urgencia de palabras, una
asfixia inexplicable. Eran las historias, que ante semejante amenaza me
atacaban.