Nadie tiene la culpa de nada. Las cosas,
simplemente, suceden. (Eduardo
Milán, Errar, 1952)
Nadie tiene la culpa de nada, eso quería pensar cuando agarraste tus
chivas y te marchaste. Yo debí correrte, pero sentí que esto era demasiado para
que saliera de mi boca sin desgarrarme. Tal vez ya lo había dicho unas semanas
antes, cuando por primera vez me insultaste. Nadie, que me
importara me había insultado antes. Así que la primera vez que lo hiciste, me sentí
furiosa y me sentí valiente. También me sentí lo suficientemente madura para
contenerme y no decir nada hasta llegar a la casa, porque venías manejando en
la autopista y quería evitar un accidente. Pero llegando a la casa, con toda
calma te advertí que era la última vez que me insultabas, porque la próxima te
sacaba de mi vida para siempre.
Ilusamente pensé que mi advertencia serviría para que no lo volvieras
hacer, porque sopesarías el riesgo de perderme. Nunca imaginé que para ti la
idea sería más bien una oferta, como quien deja una puerta entre abierta para huir
en el momento oportuno. Y fue sólo cuestión de tiempo para que volviera a
suceder. Llegó el día y me volviste a insultar con tal vocabulario
que ni un camionero furioso me hubiera dicho algo tan horrendo. Fue tal mi asombro, que en lugar de insultarte de vuelta sólo dije -¿Qué estás haciendo?-.
Yo debí correrte, pero no pude, no había más palabras en mi boca y lo que
pudiera sentir por ti se escurrió como agua por mis manos y bajó por las
escaleras dejando mi cuerpo helado de sorpresa. Como no te corrí, el show no salió como planeabas y nada fue lo que esperabas, entonces tuviste que irte
por tu cuenta y sacar tú mismo tus chivas que nadie aventó por la ventana. Nadie salió a detenerte, intentaste llevarte a nuestro gato que se te escurrió de entre los brazos y
escapó trepándose al árbol que sembramos. Cuando te fuiste la señora del aseo regaba
las plantas de jardín y le echó agua a las huellas que dejaste en la entrada.
Es sólo ahora a la distancia, que puedo entender que desde que llegaste tenías
el plan de marcharte en el momento que consideraras el más importante.
3 comentarios:
Caray, lamentable. Muy triste y amargo.
Así es la vida de todos los colores. Saludos Alexander
Es la pura verdad
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